La vuelta de los
casinos y
de los
juegos de azar
En un país en
crisis, con
tantos problemas
a resolver, sólo
restaba eso: la
liberación en
Brasil de los
juegos de azar,
de los bingos y
de los casinos.
El tema debe
hacer parte aún
en este semestre
en la pauta del
Congreso
Nacional,
evidenciando
claramente que
los dirigentes
de la nación
ignoran o
minimizan el
daño que el
juego de azar es
capaz de causar
a la sociedad.
Los partidarios
de la idea
entienden que la
liberación de
los bingos y
casinos sería
benéfica porque
aumentaría la
recaudación de
impuestos y
contribuiría, al
mismo tiempo,
para la
generación de
empleos.
¡Nada más
equivocado!
Como advirtió
Paulo de Tarso
en conocida
epístola, todo
en la vida nos
es lícito, pero
ni todo nos
conviene.
El juego de azar
genera una serie
de efectos
negativos, tanto
en aquellos que
tienen la
costumbre de ser
beneficiario de
la llamada
suerte en el
juego, como en
aquellos que
derrochan en
esta práctica
recursos
vultuosos
desviados del
presupuesto
doméstico, hecho
que llega, en
muchos casos, a
llevarlos a la
ruina económica
y financiera.
A unos tiempos
atrás, un amigo
de lides
espíritas
atendió un
colega que le
solicitó ayuda.
“¿Ayuda para
qué?” – preguntó
el amigo. Ayuda
para librarse de
la tentación de
jugar, algo de
que él pensaba
estar libre,
pero que volvía
con toda fuerza,
aunque el vicio
del juego lo
tenga llevado,
en el pasado, a
perder todo lo
que tenía,
incluso la
propia casa.
A los dotados de
la suerte en el
juego, si es que
podemos llamar
eso de suerte,
el juego pasa la
idea de que es
mejor jugar que
trabajar,
incentivando así
la indolencia y
la indisposición
para la práctica
de una actividad
honesta.
A los llamados
desafortunados,
el juego de azar
puede traer la
ruina, no
solamente en
términos
económicos y
financieros,
pero la ruina
moral, con todas
las
consecuencias
que ese hecho es
capaz de causar
en el seno de
una familia.
Cuando
practicado sin
interés
financiero y
como sencillo
entretenimiento,
el juego no es
intrínsecamente
malo. Pero nadie
puede ignorar su
potencial que
vicia, hecho que
llevó la
Organización
Mundial de
Salud, en 1992,
a incluir los
juegos de azar
en la lista
oficial de
enfermedades,
una vez que el
vicio de jugar
causa la
degradación
moral del
ciudadano, que
se torna esclavo
de una situación
de la cual es,
muchas veces,
incapaz de
salir.
El jugador
compulsivo,
según
entendimiento de
los
especialistas,
no destruye sólo
la persona que
juega, sino
causa
frecuentemente
perjuicios de
todo orden a su
familia,
frenando, por
incontables
veces, el
desenvolvimiento
de niños y
jóvenes. No es
difícil, pues,
comprender que
los maleficios
del vicio en el
juego tienen
impacto, en
último análisis,
en toda
sociedad.
Sería, así, de
todo conveniente
que el
pretendido
proyecto no
prospere, para
el bien de la
sociedad
brasileña,
sofocada en una
crisis política
y moral sin
precedentes,
agravada por la
corrupción, por
la inflación,
por la recesión
y por el
desempleo, con
todas sus
nefastas
consecuencias.
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