La esperanza es
la luz
del
cristiano
En los últimos
meses, un asunto
que no sale del
noticiario común
es la crisis
económica y
política que
está ocurriendo
en el país hace
algún tiempo,
fruto exclusivo
de la crisis
moral sin
precedentes que
tiene conmovido
la nación y el
pueblo
brasileño.
Ante un
escenario tan
desfavorable,
cuyo desenlace
es difícil de
imaginar, sólo
nos resta la
esperanza, esa
virtud tan
importante en la
vida de los
hombres, que
compone, al lado
de la fe y de la
caridad, las
llamadas
virtudes
teologales.
Con efecto,
Paulo de Tarso
escribió:
“Por ahora
subsisten la fe,
la esperanza y
la caridad. Sin
embargo, la
mayor de ellas
es la caridad.”
(1ª. Epístola a
los Corintios,
13:13.)
Hija preferida
de la fe, la
esperanza está
para su madre
como la luz
refleja de los
planetas de
nuestro sistema
está para la luz
del Sol. “La
esperanza –
agrega Emmanuel
– es como el
lunar que se
constituye de
los bálsamos de
la creencia. La
fe es la divina
claridad de la
certeza.” (El
Consolador,
257.)
Muchas personas
no se olvidan de
las innúmeras
veces en que
dieron su voto a
individuos que,
luego que
asumieron el
poder, se
olvidaron de las
promesas de
campaña y
pasaron a hacer
exactamente el
opuesto de lo
que prometían.
Tal hecho
provoca en las
personas así
engañadas el
sentimiento de
desesperanza,
que es el
opuesto de la
virtud pregonada
por el Apóstol
de los gentíos.
Aprendemos con
las enseñanzas
espíritas que el
esfuerzo
individual
establece la
necesaria y
natural
diferenciación
entre las
criaturas.
Todavía, asegura
el Espiritismo,
la distribución
de las
oportunidades es
siempre la misma
para todos.
Sin
discriminación
de nadie, todos
reciben, a lo
largo de las
existencias
sucesivas,
posibilidades
idénticas de
crecimiento
mental y
elevación al
campo superior
de la vida.
Ocurre, no
obstante, que, a
pesar de eso,
muchos, a lo
largo de la
vida, se apartan
de la luz y de
la fe.
En cuanto
disponen de
salud y del
tesoro de las
posibilidades
humanas, se
valen de ironía
y sarcasmo toda
vez que alguien
los invita al
divino
concierto. Más
tarde, sin
embargo, al
apagar de las
luces
terrestres,
inhabilitadas al
movimiento en el
campo de la
fantasía, tienen
la costumbre de
rebelarse contra
Dios y contra la
vida,
precipitándose
en abismos de
desespero.
Sin vigilancia,
se dejan
absorber por las
preocupaciones
inmediatistas de
la esfera
inferior,
transformando
esperanzas en
ambiciones
criminosas,
expresiones de
confianza en
fanatismo ciego,
aspiraciones
transcendentales
en intereses
mezquinos.
Se hace oír en
vano la palabra
delicada del
Señor en el
santuario
interno, cuando
obcecados por
las ilusiones
del plan físico
pierden ellos la
facultad de
escuchar. Es que
entre las cosas
que piensan y
las advertencias
contenidas en
las lecciones
del Evangelio se
yerguen
fronteras
espesas de
egoísmo
cristalizado y
de viciosa
aflicción. Y
así, poco a
poco, el hombre
que llegó a la
Tierra rico de
ideales humanos
y realizaciones
transitorias,
pasa a la
condición de
mendigo de luz y
paz, en la vejez
y en la muerte.
Cualquier
semejanza con
los personajes y
autores de la
crisis moral,
política y
económica que
ocurre en Brasil
no es mera
coincidencia. Y
es muy bueno que
todos sepan que
están cavando
para sí mismos
un abismo de
dolor, de
decepción y de
remordimiento
que exigirá un
largo proceso de
expiación y
reparación, como
establece la
Justicia Divina,
a que nadie,
rico o pobre,
débil o
poderoso, doctor
o analfabeto,
consigue
escapar.
“La esperanza es
la luz del
cristiano” –
afirmó Emmanuel
por las manos de
Chico Xavier y,
enseguida,
completó:
“Ni todos
consiguen, por
en cuanto, el
vuelo sublime de
la fe, pero la
fuerza de la
esperanza es
tesoro común. Ni
todos pueden
ofrecer, cuando
quieren, el pan
del cuerpo y la
lección
espiritual, pero
nadie en la
Tierra está
impedido de
esparcir los
beneficios de la
esperanza.”
(Viña de Luz,
cap. 75.)
Es exactamente
eso que
proponemos al
escribir estas
líneas.
Jamás perdamos
la esperanza y,
en aquello que
nos dice
respecto,
hagamos nuestra
parte, para que
este País vuelva
a los raíles y
al rumbo
correcto, como
las personas de
bien tanto
desean.
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