Caminando por la calle,
Leo, un niño de nueve
años de edad, vio a un
señor que parecía muy
enfermo. Estaba en el
balcón de una casa
tomando el sol; muy
delgado, se encogía bajo
la manta que lo protegía
del frío y del viento.
El niño sintió piedad al
ver sus ojos tristes y,
al pasar, extendió la
mano saludándolo:
- ¡Buen día, señor!
¿Cómo está?
El viejito pareció
sorprendido con el
saludo del niño y abrió
los ojos, interesado:
- ¡Buen día, niño!
¿Cómo te llamas? ¡Soy
Nilo! ¡Ven a conversar
conmigo! ¡Estoy tan
solo!...
Leo se acordó de que
necesitaba comprar
algunas cosas para su
mamá, pero pensó que aún
era temprano. Entonces,
se detuvo y abrió la
puerta de la casa del
viejito y entró:
|
- Mi nombre es
Leo, señor. ¿Se
encuentra bien?
El anciano
respiró profundo
y murmuró:
- Estoy muy
enfermo, niño.
Pronto no estaré
más aquí.
¡Acumulé tantas
cosas, tantos
bienes!... ¿De
qué me sirven
ahora?
- Es verdad.
¿Sabe que la
gente no se
lleva nada de
esta vida? ¡De
nada sirve tener
muchos bienes,
|
pues tendremos
que dejarlos!
- No había
pensado en eso,
Leo. Es verdad,
tendré que dejar
todo aquí en la
Tierra. Pero me
gustaría dar un
buen uso a todo
lo que tengo –
dijo el anciano,
sorprendido,
mirando al niño.
- Entonces, ¿por
qué no lo da a
los pobres?
Ellos
efectivamente
usarán bien todo
lo que reciban. |
Escuchando al niño
hablar, Nilo se quedó
pensativo, después pensó
que sería bueno no tener
que dejar a sus hijos
que nunca quisieron
trabajar, siempre con un
ojo en su herencia.
- Tienes razón, Leo. Voy
a pensar en eso. Después
de todo, mis dos hijos
siempre vivieron con un
ojo en la riqueza que
construí en la vida y
nunca quisieron hacer
nada, pensando que
serían ricos cuando yo
muera. ¿Pero
qué hago?
- Señor Nilo, conozco
muchas personas muy
pobrecitas que serían
felices con cualquier
cosa que les dé – dijo
el niño, después de
pensar un poco.
Más animado, Nilo estuvo
de acuerdo con él, y le
pidió que lo llevara
donde esas personas que
no tenían para vivir.
Rápidamente, Leo cogió
la silla de ruedas del
viejito y lo llevó hasta
la vereda, conversando
animado:
- ¿Sabe, señor? ¡Las
personas van a pensar
usted que es Papá Noel
disfrazado!
El viejito rio, contento
por estar saliendo de
casa después de muchos
meses. Quería pasear un
poco, ver gente, pero su
hija siempre pensaba que
no le haría bien salir a
la calle. Ahora él se
sentía feliz de estar
andando por la vereda
junto a ese niño tan
simpático.
Como estaba feliz por
poder pasear, Nilo quiso
parar en una plaza llena
de árboles. Se quedaron
viendo las flores y
escuchando a los
pajaritos, hasta que
Nilo pensó que era mejor
continuar. Llegaron a un
barrio pobre y vio a
muchos niños jugando en
la calle. Se acordó de
su nieto, al que su hija
nunca permitía que
saliera a jugar.
Personas sonrientes lo
saludaban, algunas se
detenían para hablar con
él y muchas,
apresuradas, lo
saludaban con la mano
camino al trabajo. Nilo
se sintió contento ahí
en medio de aquellas
personas.
- ¿Y ahora qué haremos?
– preguntó a Leo.
- Usted sabe, señor
Nilo.
Entonces, Nilo
pidió que
llamaran a los
niños, que
vinieron
corriendo,
sudados de jugar
pelota. Y
el anciano dijo:
- Me gustaría
saber qué
necesitan. Leo
va a anotar en
mi libreta.
Entonces los
niños fueron
hablando de sus
necesidades: uno
necesitaba
zapatillas;
otro, libros
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para el colegio;
otros, ropa;
tres necesitaban
medicina para
sus papás
enfermos, y así
cada uno fue
diciendo aquello
que no tenían y
que les hacía
falta. |
Después de anotar todo,
Leo entregó al viejito
la lista y él dio un
poco del dinero que
trajo en sus bolsillos
para los niños, que lo
abrazaron felices
agradeciendo su
amabilidad.
Nilo estaba muy feliz, ¡jamás
se había sentido tan
bien! El
cariño de las personas
le hizo mucho bien, y
aquel gesto de amor lo
envolvió, llevándolo a
las lágrimas. Después él
y Leo se despidieron de
los niños, regresando a
casa. Al llegar, Leo lo
dejó en el pórtico y
dijo:
- ¡Gracias, señor! ¡Fue
una linda mañana! ¿Vio
cómo ellos quedaron
felices?
- Sí, lo vi. ¿Y tú, Leo?
¿Qué deseas? ¿Qué
necesitas para ser
feliz?
- Yo no necesito nada,
señor Nilo. ¡Yo
soy feliz!...
- ¿Cómo así? ¡¿No
necesitas nada?!...
-Así es, señor. ¡No
necesito nada! ¡Solo
necesito ver a los demás
felices! Estoy tan
contento por haber
ayudado a esos niños que
no necesito nada.
¡Gracias! ¡Siempre deseé
ayudarlas, pero no tenía
nada para dar! Cuando
quiera pasear, me llama.
Aquí está mi teléfono –
dijo entregándole un
papelito. – Estaré
siempre a su
disposición, señor.
- ¡No entiendo, Leo!...
¡Debes necesitar algo! –
dijo el viejito,
inconforme.
- No, señor. ¡Tengo
todo! Necesito de poco
para vivir: ¡tengo ropa,
zapatos, libros,
juguetes y amistades!
¡Ahora, tengo su
amistad, que es muy
importante para mí! Gracias,
señor Nilo. Si me
necesita, me llama.
Y ambos se abrazaron,
emocionados, y Leo se
despidió diciendo:
- ¡Que Jesús lo bendiga
siempre, señor Nilo!...
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
21/11/2016.)
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