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Claudia Gelernter
|
Espíritas,
necesitamos
hablar sobre la
muerte
Parte 2 e final |
Después, en el
momento del
nacimiento [bajo
el punto de
vista de este
mundo], el
Espíritu es
obligado a dejar
el estado de
homeostasis,
típico del
vientre materno,
donde no le
falta alimento,
la temperatura
es constante,
los sonidos
apagados, para
entrar en otro
mundo,
mucho más
agresivo, con
necesidades,
variaciones,
amenazas. A
pesar del
acogimiento
materno, las
sensaciones
desagradables
son constantes
en este nuevo
contexto.
Siguiendo
nuestro
desarrollo,
vamos dejando la
fase de bebés
para hacernos
cada día más
autónomos:
aprendemos a
comunicarnos,
vamos
construyendo
nuevos saberes a
través de
nuestras
experiencias y,
dependiendo del
medio donde
estemos
insertados, más
las
tendencias que
traemos en
nuestro
interior,
podemos aprender
a luchar con las
pérdidas que van
ocurriendo a lo
largo de los
años, de una
forma saludable.
Vamos creciendo
físicamente y,
en el ámbito
psicológico,
entre los seis y
nueve años de
edad, podemos
comprender los
tres componentes
básicos del
concepto de
muerte: la
universalidad,
la
no-funcionalidad
y la
irreversibilidad
(Kovács, 1992).
Aprendemos, bajo
el punto de
vista
material, que
todos morimos y
que, cuando eso
ocurre, no
funcionamos más
[el cuerpo]. Y
que eso no tiene
vuelta... No da
para “no morir”.
(Kovács, 1992).
En poco tiempo
nos vemos a las
puertas de la
adolescencia.
Nuevamente
salimos de una
fase para entrar
en otra, aún más
complicada. Si
hasta aquí
poseíamos la
protección
suministrada por
lo que
llamaremos de
latente de las
tendencias del
material
inconsciente, a
partir de
ahora nuestras
tendencias
eclosionarán,
rápidas y mucha
vez temerosas.
Tenemos que
enfrentar el
luto por el
cuerpo infantil
perdido y a la
vez intentar dar
cuenta de
aquello que
surge en
nosotros,
inesperadamente,
impulsándonos
para
determinadas
respuestas
emocionales,
nunca
imaginadas. Es
en este momento
que muchos
padres se
preguntan:
“¿Quién es este
hijo mío que no
reconozco más?”
De la
adolescencia
hasta la entrada
en el mundo
adulto son pocos
años. Nuevos
desafíos al
frente: el
enfrentamiento
del mundo
profesional, la
constitución de
una nueva
familia, los
cuidados con los
hijos que llegan
etc. Todas las
experiencias
encuentran
resonancia en la
Ley Mayor –
Ley Divina o
Natural – en la
cual estamos
inmersos. Por lo
tanto, todo lo
que nos ocurre
hasta aquí y
tras esta fase
tiene un por
qué, un
objetivo, una
meta que, si es
comprendida, se
hará más fácil
de ser
concretada.
Seguimos la
valsa de la vida
y, si aún
estamos
encarnados, nos
hacemos
ancianos. Vamos
aproximándonos
de la recta
final de nuestra
existencia
corporal,
teniendo que
lidiar con los
lutos
relacionados con
esta fase, como,
por ejemplo, la
jubilación, que
altera
radicalmente la
identidad de las
personas.
Necesitamos
dejar de ser ese
o aquel
profesional
[médico, abogado
etc.] para
presentarnos al
mundo como
‘jubilados’. Y
junto a esta
pérdida de la
antigua
identidad
profesional,
sigue la pérdida
de funciones del
cuerpo, de la
vitalidad, de la
movilidad, de la
memoria etc. Se
pierde aún, en
muchos casos, la
seguridad
material o aún
el respeto de
los familiares
que ven en los
ancianos sólo un
peso a ser
cargado por la
sociedad, sin
nada de positivo
a realizar por
el mundo
[problema de la
cultura
occidental, como
un todo].
Finalmente, como
pudimos
percibir, si
tuviéramos en
cuenta sólo los
ciclos naturales
de desarrollo,
tendremos
diversos lutos a
ser elaborados,
de acuerdo con
la fase que
estemos
viviendo. Sin
embargo, en cada
fase tendremos
que enfrentar no
sólo las
pérdidas
relacionadas al
estado en que
nos encontramos,
sino muchas
otras que
surgirán,
inesperadas, a
convocar cierres
abruptos de
situaciones,
vivencias,
empeños. Hablo
de las diversas
muertes
simbólicas,
además de las de
orden física o
parental.
Personas
significativas
que desencarnan
o que se alejan
de nuestra
convivencia,
situaciones
financieras que
se alteran,
desligamientos
profesionales,
pérdida de
objetos
importantes etc.
son algunos de
los ejemplos
comunes de
nuestro día a
día. La forma
como luchamos
con todos estos
cierres es
individual y
depende,
esencialmente,
de nuestra
formación, de
nuestra
capacidad para
luchar con estos
desafíos
existenciales.
Del luto normal
al patológico
Viktor Frankl,
psiquiatra
austriaco que
tuvo contactos
con Freud y
Adler, se hizo
médico en 1930.
Tuvo una vida
repleta de
grandes
desafíos, siendo
algunos de ellos
impresionantes,
como, por
ejemplo, su
prisión en
campos de
concentración
nazis. Era
judío, y fue
prisionero de
Auschwitz y
Dachau, donde
quedó detenido
casi tres años.
Al ser liberado,
descubrió que
había perdido a
casi toda su
familia – fueron
muertos su
padre, su madre,
su esposa y su
hermano. Contó,
en una
entrevista
realizada en
Sudáfrica, el
año 1985, que
cuando estuvo en
estos campos
vivió muchos
dolores físicos
y emocionales,
pero que, en
contrapartida,
percibió la
necesidad de
encontrar un
sentido en el
sufrimiento.
Creador de la
logoterapia4,
Frankl enseñaba
que el sentido
de la vida puede
ser encontrado
por una persona
a través de tres
caminos:
1) el ejercicio
de un trabajo
que sea
importante, o la
realización de
un hecho, una
misión, que
dependa de sus
conocimientos y
de su acción, y
que haga que la
persona se
sienta
responsable por
lo que hace;
2) el amor a una
persona o a una
causa, una idea,
lo que establece
una
responsabilidad
para con la
persona amada o
a la causa
defendida;
3) delante de un
sufrimiento
inevitable,
asumir una
postura de
buscar un
significado y
utilidad para el
dolor, pues, a
través de la
experiencia,
cada persona
puede contribuir
para la vida de
otras personas.
“Dentro de
cada uno de
nosotros hay
graneros llenos
donde nosotros
almacenamos la
cosecha de
nuestra vida. El
significado está
siempre allá,
como graneros
llenos de
valiosas
experiencias.
Quiera sean las
acciones que
hicimos, o las
cosas que
aprendemos, o el
amor que tuvimos
por
alguien, o el
sufrimiento que
superamos con
coraje y
resolución, cada
uno de estos
eventos trae
sentido a la
vida. Realmente,
soportar un
destino terrible
con dignidad y
compasión por
los otros es
algo
extraordinario.
Dominar su
destino y usar
su sufrimiento
para ayudar a
los otros es el
más alto de
todos los
significados
para mí”.
(Frankl, 198
Por lo tanto,
para conseguir
encontrar este
significado
mayor,
necesitaremos
comprender la
importancia de
las pérdidas en
nuestras vidas,
recogiendo de
tales
experiencias
mucho más que el
dolor vivido,
pero, por encima
de todo, un por
qué para existir
este dolor y los
posibles
caminos, a
partir de tal
constatación.
En el llamado
‘luto normal’,
la persona
elabora la
pérdida,
comprendiendo
que el ciclo se
concluyó y,
después de un
periodo de
empobrecimiento
del mundo a su
alrededor, con
cierto
sufrimiento, el
sujeto retoma la
vida en sus
manos, buscando
conectarse
afectivamente a
otras
personas o
actividades que
traigan placer.
Un ejemplo
clásico son las
viudas que pasan
a dedicarse a
una causa
religiosa. Este
proceso es
tenido como
normal y las
personas que
aprenden a
elaborar sus
pérdidas de esta
forma [desde la
infancia]
tienden a
repetir esta
manera de vivir
las situaciones
de luto toda la
vida.
Sin embargo,
existe otro tipo
de luto, mucho
más complicado,
llamado ‘luto
patológico’. En
este caso, la
persona no
consigue
elaborar la
pérdida
satisfactoriamente.
La no aceptación
de la finitud de
una fase o de
una persona o
aún de un objeto
o relación puede
llevar al sujeto
a un estado de
postración o
revuelta
constante. En
otros casos, se
rebaja la
autoestima y la
persona se
describe como no
merecedora de
nada de positivo
que pueda venir
del mundo. Se
trata de los
casos de
melancolía,
descritos por
Freud en su
texto Luto y
Melancolía,
de 1914. Según
el padre del
psicoanálisis,
en los casos de
la melancolía,
la persona tiene
un
empobrecimiento
del ego y no
consigue dirigir
su energía, su
afectividad para
otras personas o
actividades. (Freud,
1914). Podemos
afirmar, bajo la
óptica del Dr.
Viktor Frankl,
que esta persona
no consiguió
encontrar un
sentido en el
sufrimiento.
Y, esbozando con
los
conocimientos
espíritas,
consideramos
aunque las
experiencias
anteriores [de
vidas pasadas],
aliadas a la
forma que la
persona aprendió
a lidiar con las
pérdidas desde
la primera
infancia, acaban
por orientar la
manera como
elabora los
tantos lutos que
se suceden
durante la
existencia.
Aceptando la
muerte para
mejorar la vida
Hasta aquí ya
hablamos sobre
la importancia
de una educación
para la muerte,
en el sentido de
buscar un
sentido para la
vida. Nos cabe
decir, aún, que
para eso tenemos
a nuestra
disposición
algunas
herramientas
preciosas. Una
de ellas – el
Espiritismo –
amplía nuestros
horizontes a
medida que en
nos desvela la
realidad
Espiritual –
nuestra
verdadera
naturaleza,
nuestros
objetivos y
necesidades, la
importancia de
las relaciones
interpersonales
para nuestro
desarrollo y del
mundo a nuestra
vuelta, así como
los posibles
resultados de
estas
relaciones
conforme nuestra
actuación en
este mundo.
Sabemos, a
través de la
Doctrina
Espírita, que
somos seres en
constante
transformación,
viviendo
incontables
existencias, en
un ir y venir
constante, y
que, cada una de
estas
existencias,
vamos
haciéndonos más
maduros, más
esclarecidos y,
por tanto, más
próximos de la
perfección –
objetivo final
de todos
nosotros.
Sólo cuando
aceptemos
nuestra finitud,
encarándola de
frente,
conseguiremos
reflejar
satisfactoriamente
sobre la vida
que llevamos.
Con eso no
continuaremos
‘llevando la
vida’, más pero
pasaremos a
buscar
comprender lo
que la vida
realmente espera
de nosotros.
Dejaremos de
‘tocar los
días’, en una
rutina
impensada, como
alineados
existenciales,
para actuar en
el mundo con
objetividad,
encontrando un
sentido para
cada nueva
experiencia,
sublimando
sentimientos,
transcendiendo.
Sólo así,
liberados de
este dogma
ideológico que
instituyó al
mundo el
silencio sobre
las cuestiones
de la muerte,
podremos seguir
adelante, libres
para escoger con
claridad y
responsabilidad
aquello que
realmente es
importante para
nosotros.
Notas:
1. Distanásia es
la práctica por
la cual se
prorroga, a
través de medios
artificiales y
desproporciónales,
la vida de un
enfermo
incurable.
También puede
ser conocida
como
“obstinación
terapéutica”.
(Fuente:
Wikipédia).
2. Se ha
verificado que
algunos
profesionales de
la salud que no
consiguen
elaborar las
pérdidas de los
pacientes,
teniendo en
ellas un
concepto de
fracaso
profesional,
exigiéndose más
de lo que es
posible [e
ideal], pueden
presentar el
síndrome de
Burnout (del
inglés to
burn out,
quemar por
completo),
también llamada
como síndrome
del agotamiento
profesional, así
denominada por
el psicoanalista
neoyorquino,
Freudenberger,
después de
constatarla en
sí mismo, al
inicio de los
años 1970. La
dedicación
exagerada a la
actividad
profesional es
una
característica
importante de
Burnout, pero no
la única. El
deseo de ser el
mejor y siempre
demostrar alto
grado de
desempeño es
otra fase
importante del
síndrome: el
portador de
Burnout mide la
autoestima por
la capacidad de
realización y
éxito
profesional. Lo
que tiene inicio
con satisfacción
y placer termina
cuando ese
desempeño no es
reconocido. En
ese estado,
necesidad de
afirmar, el
deseo de
realización
profesional se
transforma en
obstinación y
compulsión.
(Fuente:
Wikipédia).
3. Según los
Espíritus, la
infancia es el
periodo de la
vida física más
importante para
el
perfeccionamiento
del Espíritu
encarnado, una
vez que sus
tendencias
anteriores están
adormecidas en
función del
proceso
reencarnatorio.
Es en el periodo
de la
adolescencia,
como nos
esclarecen los
Espíritus en la
pregunta 385 de
El Libro de los
Espíritus, que
el Espíritu
encarnado
comienza a
retomar sus
características
de Espíritu
eterno en
proceso de
evolución.
La Logoterapía
es un sistema
teórico –
práctico de
psicología,
creado por el
psiquiatra
vienense Viktor
Frankl, que se
hizo
mundialmente
conocido a
partir de su
libro "En
Búsqueda de
Sentido" (Un
Psicólogo en el
Campo de
Concentración),
en el cual
expone sus
experiencias en
las prisiones
nazis y lanza
las bases de su
teoría. De
acuerdo con
Allport, "se
trata del
movimiento
psicológico más
importante de
nuestros días".
La Logoterapia
es conocida como
la Tercera
Escuela Vienense
de Psicoterapia,
siendo el
Psicoanálisis
Freudiano la
Primera y la
Psicología
Individual de
Adler la
Segunda.
(Fuente:
Wikipédia) 4.
Referências
bibliográficas:
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História da
Morte No
Ocidente. Trad.
P. V. Siqueira.
Rio de Janeiro:
Francisco Alves,
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FRANKL, V.; A
Descoberta de Um
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Entrevista na
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1985, disponível
no Youtube,
http://www.youtube.com/watch?v=5cd2KANOJuU, acessado
em 11 de
setembro de
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Em
busca de
sentido: um
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campo de
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Petrópolis:
Editora Vozes,
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Edição Standard
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Obras Completas
de Sigmund
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Rio de Janeiro:
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KOVÁCS, M. J.;
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Paulo: Casa do
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PAIVA, L.E.; A
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Morte Para
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Literatura
Infantil Como
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Abordar a Morte
Com Crianças e
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Ideias e Letras,
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PIRES, H.;
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Morte. São
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Campo: Correio
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5ª edição, 1996.
QUINTANA, A.M.;
Morte e Formação
Médica: É
Possível a
Humanização?; in
Santos
(organizador),
F.; A Arte de
Morrer – Visões
Plurais;
Bragança
Paulista. SP:
Editora Comenius,
2009.
TORRES, W.C.; A
Criança Diante
da Morte:
Desafios; São
Paulo: Editora
Casa do
Psicólogo, 1999.
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