En cierta ocasión, en un
bonito bosque, los
animales estaban
preocupados con su
futuro y se reunían para
charlar. Las aves
volaban por el cielo,
vieron lo que estaba
ocurriendo y después
vinieron a contarlo.
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Decía un papagayo:
— ¡Creedlo! ¡En el
bosque hay muchos
lugares con fuego!
— ¡Pero no es sólo eso!
Hay lugares en que los
hombres están
derrumbando los árboles.
¡Después de colocar la
madera en grandes
camiones, ellos hacen
fuego en el terreno! —
un tucán añadió.
— ¡Qué horror! —
exclamaban los animales
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aterrorizados,
oyendo con
tristeza. |
— ¡El humo invade todo y
muchos mueren sofocados!
Las aves y los animales
están desesperados.
¡Desalojados, vinieron
para acá a buscar
ayuda!... — el mono
completó, acomodado en
una rama.
El león, rey de la
selva, quedó pensando.
Después preguntó:
— ¿Alguien tiene alguna
sugerencia para resolver
esta grave situación,
que coloca en riesgo
nuestras casas y la vida
de la selva?
La tortuga levantó la
patita y sugirió:
— ¡Sugiero que el
elefante llene su trompa
con
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agua y la tire
sobre el fuego
para apagarlo! |
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— ¡No digas tonterías!
Incluso con una trompa
grande, ¿cómo hacer para
llenarla de nuevo?
¡Mientras voy hasta el
río y vuelvo, el fuego
se extenderá en todo!
Además de eso, no
soluciona la cuestión
del desmantelamiento —
el elefante respondió.
Todos estuvieron de
acuerdo. El venado
arriesgo una suposición:
— ¿Y si fuésemos hasta
allí para charlar con
los hombres y explicar
la situación?
— Ellos nos matarían
para vender nuestra piel
— replicó el leopardo,
lamiendo el pelo.
Cada uno dio una idea
diferente, siempre
rechazada por los demás.
Desanimados, estaban ya
al final de la reunión,
cuando el búho, que
había permanecido
callada, habló:
— Yo sé como resolver
esos problemas.
— ¿Sabes? — Preguntó el
león, interesado — ¡Pues
entonces dilo! ¿Cual es
la solución?
La coruja, que es muy
sabida, sacó el pecho y
dijo:
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— Pues bien. Si fuerais
vosotros los que
estuvieran practicando
esos crímenes, ¿qué
podría haceros parar?
¿Cuál sería el argumento
más fuerte?
Los animales se
callaron, pensando en la
respuesta. Finalmente,
tuvieron que confesar
ignorancia.
— ¡Diga luego, doña
búho! ¿Quiere matarnos
de aflicción?... — rugió
el león.
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El búho abrió aún más
los ojos, hizo una pose
y respondió: |
— ¡Es simple! Cada uno
de nosotros preserva con
mucho amor a su familia,
defendiéndola de todos
los peligros y deseando
lo mejor para ella, ¿no
es?
— ¡Sí! ¡Eso nosotros ya
lo sabemos! ¿Pero cual
es la conexión con
nuestra cuestión de
supervivencia?
¡Finalmente, los hombres
van a acabar llegando
hasta nosotros! —
replicó el león,
preocupado.
— ¿No lo notáis? ¡Si
protegemos nuestra
familia, ellos también
protegen las familias de
ellos! Si consiguiéramos
que los niños, que son
más sensibles, nos
defiendan, mostrando la
importancia de la
preservación de la selva
para la vida de todos,
habremos resuelto el
problema de la
destrucción. ¡Basta
saber quién va a hablar
con los hijos de ellos!
— ¡Eso mismo! ¡Tiene
razón! ¡Viva el búho!...
— gritaban todos en
algazara.
Sabían donde
encontrarlos. Los
hombres residían en
villas próximas a la
región del
desmantelamiento. Los
ojos del león brillaron.
Los demás bichos también
quedaron más alegres. El
rey de los animales
indagó quienes irían a
hablar con los niños.
— ¡El papagayo, ya que
es el único que habla la
lengua de ellos! –
sugirió el búho.
Así resuelto, el
papagayo, como embajador
de los animales, levantó
vuelo y fue hasta la
villa. Llegando allá,
encontró a los niños
jugueteando. Les contó
sobre lo que estaba
ocurriendo con los
animales, les habló
sobre la destrucción de
la selva, el incendio
que se extendía por
todos lados, amenazando
la vida de todos los
habitantes de la selva.
Y concluyó:
— Cuando los hombres
destruyan toda la selva,
no habrá más vida: todos
los animales, pájaros e
insectos perderán sus
casas y no tendrán donde
vivir.
Los niños, atentos y
amorosos, oyeron
preocupados. Después,
fueron a buscar a los
padres, a quienes
contaron lo que estaba
ocurriendo.
Fausto, el dueño de la
empresa y responsable
por el desmantelamiento,
respondió:
— ¡Pero, vosotros no
corréis peligro! ¡El
peligro es sólo para los
animales!
— ¡No, papá! — Afirmó
Lúcia, hija de Fausto,
con la aprobación de las
otras — ¡Con lo que
vosotros estáis haciendo
destruís “nuestro”
mundo! Cuándo acabéis
con él, ¿cómo vamos a
vivir? ¡El aire está
lleno de humo y yo ni
consigo respirar bien!
Cuando destruyáis todo,
¿qué será de nosotros?
Porque ya derrumbaron
otros bosques y vais a
continuar destruyendo
otros más. ¿Y qué será
de nuestro planeta?
¡Tenemos que cuidar el
medio ambiente, de la
naturaleza, papá!...
Las madres también se
adhirieron al movimiento
y, tanto los niños y las
madres explicaron,
lloraron y oraron,
suplicando el amparo de
Jesús, que Fausto acabó
por reconocer que ellas
tenían la razón:
— ¡Todo bien! ¡Todo
bien! ¡Vosotros
ganasteis!
¡Basta de llanto!...
Los niños se pusieron a
aplaudir en los brazos
de los padres, gritando
de alegría y
satisfacción. El
papagayo voló para la
claridad de la selva,
donde los animales
aguardaban la respuesta:
— Los niños lo
consiguieron. ¡Ellos son
nuestros amigos! ¡Estamos
salvados!... Viva!
Viva!...
Y, en aquella noche,
todos en la selva
conmemoraron la
victoria. Ellos sabían
que la conquista no era
de un lado o de otro,
sino de todos, pues
quién ganaría era el
planeta Tierra.
Había mucho por hacer.
Fausto reunió a sus
hombres y ordenó medidas
para contener el fuego.
Después, ellos irían a
cuidar del
reflorestamiento de la
región y todo lo demás
que fuera necesario.
La paz había vuelto a la
selva y todos
agradecieron a Jesús y a
lo niños que los
ayudaron.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
Rolândia-PR, em
27/02/2012.)
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