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Editorial Português   Inglês    
Año 7 308 – 21 de Abril de 2013
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

La Iglesia, el divorcio y los matrimonios malogrados


Aprendemos en la doctrina espirita que es la ley de amor que debe regir las uniones matrimoniales, de manera que los futuros cónyuges puedan respetarse y mutuamente apoyarse ante las pruebas y las vicisitudes de la vida. Como consecuencia, es fundamental que la unión sea basada en la responsabilidad recíproca, una vez que en la comunión sexual un ser se entrega a otro y, en razón de eso, no debe haber cualquier desconsideración entre ellos.  

Ni siempre, sin embargo, es eso que se ve en la sociedad moderna, por eso que los débitos contraídos por legiones de compañeros, portadores de entendimiento verde para los temas del amor, han generado millones de uniones supuestamente infelices, en las cuales la reparación de faltas pasadas confiere a numerosos ajustes sexuales, protegido o no por la ley, el aspecto de uniones exclusivamente expiatorias.

Abulta en esos casos la importancia de los conocimientos pertinentes a la reencarnación y del pleno ejercicio de la ley de amor en el ámbito del hogar, para que éste no se convierta, de escuela bendita que es o debería ser, en paradero neurótico a abrigar molestias mentales difícilmente reversibles.

No es difícil comprender que, sin entendimiento y respeto, conciliación y afinidad espiritual, se hace difícil el éxito en el matrimonio, por eso que casi todos nosotros somos confrontados en la familia por pruebas y crisis innúmeras, en las cuales nos inquietamos y gastamos tiempo y energía para ver los parientes en el camino que entendemos ser lo más cierto.   

Esas pruebas y crisis, en gran número de casos, acaban redundando en la figura del divorcio, una medida creada por los hombres cuyo objetivo es separar legalmente lo que de hecho ya está separado.

Admitido perfectamente en el ámbito de la doctrina espirita, el divorcio no es, como sabemos, aceptado por la Iglesia, hecho que dio origen a la llamada anulación del casamiento, un fenómeno más o menos reciente que, sin embargo, ha llamado la atención por el crecimiento extraordinario del número de pedidos formalmente encaminados a los tribunales eclesiásticos.

De acuerdo con los datos divulgados por la gran prensa, del total de pedidos presentados a la Iglesia, cerca de 80% han sido juzgados procedentes.

Impotencia sexual, infidelidad conyugal, comportamiento homosexual e inmadurez del cónyuge, he aquí algunas de las razones que, por lo menos aquí en Paraná, la Iglesia tiene considerado suficientes para la anulación de la unión matrimonial.

Un caso significativo divulgado por los periódicos de Curitiba fue el de una profesora curitibana que utilizó como argumento para pleitear la anulación el cambio de comportamiento del marido. Durante el noviazgo, que había tardado tres años, él era romántico y amable. Cuatro meses después de la boda, todo cambió. Nació un hijo y mismo así el marido no dio más atención a la mujer, que decidió separarse y, algún tiempo después, logró en el tribunal eclesiástico la anulación deseada.

La nueva tendencia que se observa en esos procedimientos permite que la Iglesia de la vuelta a una dificultad resultante de su tradicional rechazo a la admisión del divorcio. Como las separaciones conyugales son en la actualidad tan comunes como la propia boda, prohibirlas, o no reconocer su fuerza en la sociedad moderna, creó un abismo entre los fieles que se divorcian y la propia Iglesia.

Ésa, la causa real que la tiene llevado a aceptar, bajo la forma de anulación, pedidos que sólo tendrían sentido en la forma de divorcio. Efectivamente, la anulación del matrimonio religioso, si fuese llevado en consideración el espirito de la ley, en el caso el Código de Derecho Canónico, abarcaría tan solamente situaciones inmediatas al matrimonio e indicativas de error fundamental en una unión que no debe prosperar.

Tales dificultades, propias de las religiones dogmáticas, no ocurren en el ámbito del Espiritismo, que no promueve ninguna forma de matrimonio religioso ni pone óbices al divorcio, aunque, evidentemente, no incentive las parejas a separarse y reconozca simplemente que el divorcio es una ley humana cuyo objetivo es separar legamente lo que está de hecho separado.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita