La Iglesia, el
divorcio y los
matrimonios
malogrados
Aprendemos en la
doctrina
espirita que es
la ley de amor
que debe regir
las uniones
matrimoniales,
de manera que
los futuros
cónyuges puedan
respetarse y
mutuamente
apoyarse ante
las pruebas y
las vicisitudes
de la vida. Como
consecuencia, es
fundamental que
la unión sea
basada en la
responsabilidad
recíproca, una
vez que en la
comunión sexual
un ser se
entrega a otro
y, en razón de
eso, no debe
haber cualquier
desconsideración
entre ellos.
Ni siempre, sin
embargo, es eso
que se ve en la
sociedad
moderna, por eso
que los débitos
contraídos por
legiones de
compañeros,
portadores de
entendimiento
verde para los
temas del amor,
han generado
millones de
uniones
supuestamente
infelices, en
las cuales la
reparación de
faltas pasadas
confiere a
numerosos
ajustes
sexuales,
protegido o no
por la ley, el
aspecto de
uniones
exclusivamente
expiatorias.
Abulta en esos
casos la
importancia de
los
conocimientos
pertinentes a la
reencarnación y
del pleno
ejercicio de la
ley de amor en
el ámbito del
hogar, para que
éste no se
convierta, de
escuela bendita
que es o debería
ser, en paradero
neurótico a
abrigar
molestias
mentales
difícilmente
reversibles.
No es difícil
comprender que,
sin
entendimiento y
respeto,
conciliación y
afinidad
espiritual, se
hace difícil el
éxito en el
matrimonio, por
eso que casi
todos nosotros
somos
confrontados en
la familia por
pruebas y crisis
innúmeras, en
las cuales nos
inquietamos y
gastamos tiempo
y energía para
ver los
parientes en el
camino que
entendemos ser
lo más cierto.
Esas pruebas y
crisis, en gran
número de casos,
acaban
redundando en la
figura del
divorcio, una
medida creada
por los hombres
cuyo objetivo es
separar
legalmente lo
que de hecho ya
está separado.
Admitido
perfectamente en
el ámbito de la
doctrina
espirita, el
divorcio no es,
como sabemos,
aceptado por la
Iglesia, hecho
que dio origen a
la llamada
anulación del
casamiento, un
fenómeno más o
menos reciente
que, sin
embargo, ha
llamado la
atención por el
crecimiento
extraordinario
del número de
pedidos
formalmente
encaminados a
los tribunales
eclesiásticos.
De acuerdo con
los datos
divulgados por
la gran prensa,
del total de
pedidos
presentados a la
Iglesia, cerca
de 80% han sido
juzgados
procedentes.
Impotencia
sexual,
infidelidad
conyugal,
comportamiento
homosexual e
inmadurez del
cónyuge, he aquí
algunas de las
razones que, por
lo menos aquí en
Paraná, la
Iglesia tiene
considerado
suficientes para
la anulación de
la unión
matrimonial.
Un caso
significativo
divulgado por
los periódicos
de Curitiba fue
el de una
profesora
curitibana que
utilizó como
argumento para
pleitear la
anulación el
cambio de
comportamiento
del marido.
Durante el
noviazgo, que
había tardado
tres años, él
era romántico y
amable. Cuatro
meses después de
la boda, todo
cambió. Nació un
hijo y mismo así
el marido no dio
más atención a
la mujer, que
decidió
separarse y,
algún tiempo
después, logró
en el tribunal
eclesiástico la
anulación
deseada.
La nueva
tendencia que se
observa en esos
procedimientos
permite que la
Iglesia de la
vuelta a una
dificultad
resultante de su
tradicional
rechazo a la
admisión del
divorcio. Como
las separaciones
conyugales son
en la actualidad
tan comunes como
la propia boda,
prohibirlas, o
no reconocer su
fuerza en la
sociedad
moderna, creó un
abismo entre los
fieles que se
divorcian y la
propia Iglesia.
Ésa, la causa
real que la
tiene llevado a
aceptar, bajo la
forma de
anulación,
pedidos que sólo
tendrían sentido
en la forma de
divorcio.
Efectivamente,
la anulación del
matrimonio
religioso, si
fuese llevado en
consideración el
espirito de la
ley, en el caso
el Código de
Derecho
Canónico,
abarcaría tan
solamente
situaciones
inmediatas al
matrimonio e
indicativas de
error
fundamental en
una unión que no
debe prosperar.
Tales
dificultades,
propias de las
religiones
dogmáticas, no
ocurren en el
ámbito del
Espiritismo, que
no promueve
ninguna forma de
matrimonio
religioso ni
pone óbices al
divorcio,
aunque,
evidentemente,
no incentive las
parejas a
separarse y
reconozca
simplemente que
el divorcio es
una ley humana
cuyo objetivo es
separar
legamente lo que
está de hecho
separado.
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